Desde arriba se ve a la gente pequeña, como juguetes a
merced de mi objetivo, ellos van a sus cosas, pero yo ... mi mirada, decide qué
cosas de las que hacen quiero que perduren, que se mantenga en el tiempo, a fin
de cuentas, que mi mirada los juzgue… realmente siento que tengo el control
de la situación, y lo mejor es que ellos no me ven, ni me conocen. Es un juego
perverso con hilos invisibles, manejados por alguien que se sitúa por encima.
Mientras estaba allí arriba, también estaban mis amigos que me acompañaban, y aún
así me invadía una sensación de intensa soledad … la soledad de dios.
Bajé cien escalones, o mil, y me sitúe a nivel del mundo, de
la tierra, de los hombres … ya no estaba sola, y grité a los que estaban todavía
allí arriba mirando ¡tan solos!: ¡Ningún hombre debería mirar a otro por encima, si no es para
ayudarle a levantarse!.